lunes, 11 de noviembre de 2013



Hacía tiempo que nadie me escribía algo tan, tan, tan precioso. Cosas de esas que te hacen volver atrás en el tiempo y te traen recuerdos con sabor dulce y luz anaranjada. Solo me queda decir, gracias. Unas gracias profundas y sinceras, de las desinteresadas, de las que no te importa dar una y otra y otra vez. Sé que no hemos sido las mejores amigas, las más cercanas, las que se llaman a todas horas. Siento si alguna vez te hice sentir fuera de mi mundo.
Pero lo cierto es que me encantas. Y me encanta que me veas así, hasta me da un poco de vergüenza.
Tienes una visión de mí que no he encontrado en nadie, una forma de hablarme y de enseñarme el mundo que me resulta casi desconocida. Y sin embargo, cercana. Tan cálida y familiar que a veces me asusta.
Tras tantos onces de noviembre, tú ahí sigues. Son más años de los que parecen y el tiempo no ha cambiado tu visión de mí, ni tus rizos, ni tus ojos tan distintos a cada rato, ni tus pies inquietos. Tampoco tu alma de dragón y tus sueños en papel.
Hoy me he sentido muy afortunada de no haberte perdido, de tener alguien, aunque un poco lejos, que piensa en mi de la manera en la que tú lo haces.
Con tus mil nombres y tu espíritu de todas partes, te quiero.


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