Y por una vez dejar fluir mis dedos sobre el teclado sin más preocupación, sin más mesura que las notas de esa canción de la tal Charlotte Gainsbourg.
No hay lectores, ni público, ni siquiera esos ojos indiscretos que se pasean por encima tuyo con una extraña y sin embargo infinita curiosidad.
Qué raros somos, joder. Cómo nos gusta complicar nuestro pensamiento hasta algo absurdo, especie de existencialismo fatalista y sinsentido que yo, sinceramente, no me trago.
Esta canción me turba de alguna forma y no sé bien por qué.
A veces atardece y se me va la cabeza detrás de todas las frases suicidas que buscan su fin... quiero decir, al sur, quizás a algún puerto grisáceo que en verano seguro que es aguamarina, seguro, aunque yo no lo haya visto...
¿Ves? Ya lo he vuelto a hacer. Es esta lista de reproducción, que no me deja ser objetiva.
Es mucho más sencillo que todo eso, o yo soy más simple que un cubo sin asa, che.
Qué birria, menuda farsa, hemos caído todos señores, absolutamente todos.
Las personas nacemos solas y solas nos morimos y ahí se acaba el guión.
Fundido en negro.
Fin.
Por otro lado...
No me gustan demasiado los batiburrillos que me salen cuando escucho canciones mientras escribo. No deberían afectarme tanto, la verdad. No deberían transportarme de esa forma, pero bueno.
Ais, yo que sé, tampoco debería haber tomado café.
Good night!
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Susurros al oido...