Abres los ojos. Como otro punto y aparte (más). Como si todos los colores fueran a ser distintos, y una marabunta de nuevas sensaciones comenzara a recorrer la punta de tus dedos.
El depertador ha sonado unas veinte veces y lo primero que vislumbas es ese trozo de madera (y nisiquiera eso) en el que has esparcido un potingue pringoso al azar y que el resto del mundo denomina retrato. Los pigmentos existen un segundo en la retina, y se van.
Como casi todo.
Encaras el nuevo día con la boca pastosa y una extraña sensación de que necesitas desdormir todo lo dormido, y, sin embargo, permanecer en la cama 100 años más.
Dormir, menuda pérdida de tiempo.
Vivimos una extraña mentira, y soñamos que soñamos mientras estamos desipiertos.
La sociedad (¡el mundo!) está abocada al fracaso, y, por si no te has dado cuenta, tu vida también, "Gracias por su visita".
Sal a la calle, quizás hoy se corra esa mierda de velo y caigan los edificios, se evaporen los semáforos y el cielo se tiña de azul.
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