Está bien, admito que soy de las que se pierde en los ojos de la gente con demasiada facilidad.
Suelo soñar, y, por qué no, fantasear demasiado con labios que nunca han sido (ni serán) míos.
Demasiado frío en las tardes de verano, demasiada melancolía enredada entre las cortinas de mi habitación.
Hago demasiado por inventar futuros utópicos, demasiado típicos en un contexto de príncipes y corceles (demasiado) blancos.
Eso sí, no juro amor eterno al primero que se me pasa por delante.
Ni al segundo.
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